Durante la primera infancia se establece un vínculo emocional muy fuerte con la persona que cuida del bebé, por lo general es la madre. Cuando este vínculo se rompe bruscamente o se deteriora, se suele producir una reacción patológica en el niño, como puede ser la depresión anaclítica de la que habla Spitz. La depresión en esta etapa se puede prevenir atendiendo a la díada madre-niño.

Se sabe la influencia que la depresión de los padres en la primera infancia tiene sobre los niños, por eso es importante prevenirla y tratarla cuanto antes (Anthony, 1983; Billings, 1983; Williams, 1985).

Los niños de madres deprimidas son más sintomáticos que los de madres normales e incluso que los de madres esquizofrénicas; suelen ser más a menudo de bajo peso; también se han observado más muertes fetales y más Apgars bajos al nacer (OBrien, 1983).

En los casos más graves, la madre puede rehuir a la hora de cuidar de su hijo por temor a fracasar en el cuidado. También puede proyectar hostilidad y rechazo hacia el niño. A menudo se pueden observar conductas maternas sobreprotectoras ansiosas que llevan a la madre a alimentar al niño con una frecuencia anormal o a estar de forma permanente alrededor de su hijo por miedo a que le pueda pasar algo.

La prevención a la madre depresiva debe mantenerse hasta etapas posteriores; es decir, mientras la madre tenga hijos por debajo de los 6 o 7 años, en estas edades, a menudo se presentan situaciones de estrés, siendo frecuentes las depresiones maternas en esta fase (Polaino-Lorente, 1988).

Habitualmente encontrarnos en consulta niños con trastornos de conductas, desobediencia, rabietas, insomnio, dificultades en el aprendizaje del control de esfínteres…., y detrás de esta sintomatología del niño, en multitud de ocasiones, hay una depresión materna.

Es importante que ginecólogos y pediatras se sensibilicen con esta cuestión, teniendo en cuenta cómo influye un estado emocional, patológico de la madre, en la salud del niño.