Los adolescentes y el uso de los anticonceptivos
Yolanda G. Albuerne / Septiembre 2022
Cuando hablamos de los adolescentes y el uso de los anticonceptivos, una pregunta frecuente que se hacen los padres, es si sus hijos adolescentes deben utilizar o no anticonceptivos. La respuesta a esta pregunta es una cuestión algo controvertida. Algunos adultos temen que la disponibilidad de anticonceptivos aumenten la promiscuidad en sus hijos. Por otro lado, el 80 por ciento de los adultos opina que la información sobre los anticonceptivos debería estar disponible para cualquier persona, incluso para los adolescentes (Rinck, Rudolph y Simkins, 1983). La evidencia informa que incluso aunque no dispongan de anticonceptivos, si los adolescentes se sienten inclinados a tener relaciones sexuales, las tendrán de cualquier forma. Un estudio sobre adolescentes afroamericanas e hispanas de Schwartz y Darabi, 1986, informó que había un desfase de dos años entre el primer encuentro sexual y el momento de la visita a una consulta del ginecólogo. Muchas de estas jóvenes estaban preocupadas por la posibilidad de estar embarazadas en el momento de ir al ginecólogo.
La disponibilidad de anticonceptivos, no ha tenido influencia en cuanto a las relaciones sexuales entre los adolescentes, pero sí puede ser un factor fundamental para que una chica se quede o no embarazada. Una de las principales metas de la educación sexual debería ser proporcionar información sobre la anticoncepción (Lincoln, 1984). Hay quienes se oponen a la educación sexual de los jóvenes argumentando que “se les da demasiado conocimiento”. Sin embargo, la evidencia indica que el conocimiento sexual no influye en la conducta sexual. Lo que sí influye son los valores y la moral que la familia y los grupos con los que se relaciona el adolescente han transmitido a éste.
La educación sexual no solo ayuda a prevenir embarazos sino también disminuye el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. Actualmente, las infecciones por clamidias son las más frecuentes de estas enfermedades (Judson, 1985; Morris, Warren y Aral, 1993). La gonorrea también es común; su incidencia sobrepasa la de la varicela, el sarampión, las paperas y la rubeola juntas (Silber, 1983). Haciendo una revisión de los datos estadísticos de enfermedades de transmisión sexual, he hallado los siguientes datos: uno de cada cuatro pacientes con gonorrea son adolescentes; uno de cada treinta y cinco adolescentes tiene herpes genital (Oppenheimer, 1982); también hay datos sobre adolescentes con sífilis. Los jóvenes entre los veinte y los veinticuatro años son los que más incidencia tienen de este tipo de enfermedades, luego van los jóvenes que se encuentran entre los quince y los diecinueve años. La clamidia, la gonorrea, el SIDA, la sífilis y la hepatitis B son enfermedades de transmisión sexual que están entre las diez más frecuentes (Donovan, 1997). Pero no hay que olvidar que además de estas enfermedades mencionadas hay más de veinticinco organismos infecciosos diferentes que pueden ser transmitidos por vía sexual (Rice, 2000).
Considero muy importante prevenir a nuestros adolescentes de las enfermedades de transmisión sexual a través de la educación sexual; ésta se consigue hablando con nuestros hijos sobre estas cuestiones, transmitiéndoles toda la información que necesitan de una forma abierta, sin pretender inculcarles miedo, sino sólo las consecuencias negativas que conlleva el realizar conductas de riesgo de estas características. Por otro lado, en mi opinión también considero importante cuando hablemos con nuestros hijos de estos temas, hacerlo dentro de un marco de valores y moral. Independientemente del trabajo que hagamos en la familia, la escuela es otro ámbito en el que se debe trabajar en la misma línea.
En conclusión, considero que el conocimiento es la mejor prevención no sólo para las enfermedades de transmisión sexual sino para cualquier conducta de riesgo que puedan llevan a cabo nuestros hijos adolescentes.